El río fantasma

Por Francisco González Montes

En la parte alta de Villapresente, al norte, recogiendo las aguas de las laderas de “San Esteban”, “Altamira”, “Ladrea” y “El Cristo” existe un río fantasma del cual apenas se observan un par de regatos superficiales; pero con un intenso fluir de aguas subterráneas que se manifiestan en múltiples manantiales y otros fenómenos geológicos.

Los nombres de algunas zonas ya delatan la abundancia acuífera:

  • “El rociuco”: también llamado “Llosero”, es un lugar de intensas heladas, rocíos y escarchas nocturnas. Un espectacular manto blanco cubre los prados en muchas épocas del año.
  • “El cañanco”: ¿lugar de cañas?, es una zona con abundantes arbustos propios de los grandes humedales.

La perpetua humedad de sus zonas más bajas provoca innumerables fenómenos geológicos provocados por la disolución de las margas (calizas y arcillas) de los que hablaremos a continuación.

Se inicia nuestro río fantasma en la cuenca de recepción de San Esteban. Un arroyo es testigo permanente de un acopio de aguas, que en épocas pasadas y de mayores lluvias fue capaz de aportar el caudal suficiente para mover un pequeño molino, del que aún pueden observarse los restos.

Izq.: Cuenca de recepción de San Esteban. Dcha.: Restos del pequeño molino de San Esteban.

De improviso la corriente de agua se topa con un farallón rocoso insalvable y se produce la primera insurgencia: El agua desaparece entre las rocas, al borde mismo de la carretera de San Esteban a las Cuevas de Altamira.

Cuando las lluvias son intensas la insurgencia no traga lo suficiente y provoca un embalse natural de las aguas, que de diversas formas renace en la cuenca de recepción de Villapresente.

Izq.: Insurgencia de San Esteban. Dcha.: Cuenca de recepción de Villapresente.

En todo el valle cientos de manantiales devuelven a la superficie el líquido elemento. Sirva como ejemplo, el manantial al otro lado de la carretera de San Esteban, a los mismos pies del pueblo, que da origen a un regato que hasta en el estío mantiene un pequeño fluir de agua y tras la finca del “Pindial” desaparece en el interior de la cueva del “Rociuco”.

Izq.: Manantial de San Esteban. Dcha.: Fuente del Rociuco y rueda de molino.

Todo el subsuelo de la cuenca de recepción de Villapresente es un laberinto de arroyos subterráneos que pueden observarse en una torca de la ladera. Una torca es un hundimiento provocado por el colapso de una cueva, de paredes verticales y abruptas. Con ayuda de material de escalada hemos descendido  al interior de la misma, que con  unos veinte metros de diámetro y diez de profundidad, permite observar ese fluir de las aguas en varias direcciones. Un gran agujero de un metro de diámetro escavado en la roca por las corrientes aporta un arroyo de agua aparentemente procedente del regato de San Esteban, del que antes hemos hablado, y se bifurca en varios ramales.

Dos imágenes de la torca de San Esteban.

La corriente subterránea es lenta y continua, pero cuando la lluvia es muy intensa y la represa en la cuenca de recepción de San Esteban aumenta de altura y de presión, la torca explota en un surtidor vertical de agua que en los días de lluvia intensa forma uno de los fenómenos más espectaculares que yo haya podido observar: Al principio, por el fondo de la torca comienza a circular una corriente de agua que va aumentando de caudal y de profundidad. Si las lluvias continúan, las cuevas del subsuelo no pueden tragar tal cantidad de líquido elemento y se inicia un surtidor de veinte metros de diámetro que yo he visto elevarse por encima de mi cabeza.

En varias ocasiones se ha utilizado la torca como basurero y escombrera, pero cuando el surtidor surge con toda su fuerza, vuelve a escupir al exterior todos los materiales aportados.

Izq.: Cueva del Rociuco. Dcha.: Lago natural del Rociuco.

En una o dos horas, millones de metros cúbicos de agua inundan el valle y el río fantasma se convierte en una inmensa laguna de varias hectáreas de superficie, porque su salida natural al río Saja está cortada por la represa de una carretera vecinal al barrio de “Ladrea”.

La única salida de las aguas es la cueva del “Rociuco”, existente en la parte más profunda del valle fluvial, pero como tiene un tragante de escasas dimensiones tarda varios días en desaparecer la inundación.

Finalmente, el río fantasma desaparece, dejando como único vestigio un regato de escaso caudal.

Izq.: Dolina de Ladrea. Dcha.: Lapiaz de Ladrea.

La cueva de desagüe se esconde en un matorral a los pies de “Ladrea” y se dice que en alguna ocasión vertieron colorante en su boca y a la altura de Oreña, la costa se tiñó de rojo.

En toda la cuenca de recepción existen muchas cuevas; sin ir más lejos, en lo alto de la colina están las galerías calizas de la cueva de Altamira; también abundan las dolinas (hundimientos del terreno) y otro fenómeno geológico no muy frecuente y que yo confundí con una serie de menhires: en una pequeña finca se agrupan una docena rocas puntiagudas de cierta altura, que incluso un día escarbé a sus pies para comprobar su curiosa forma. Posteriormente me informé que este fenómeno cárstico se conoce con el nombre de lapiaz.

Manantial y cueva de Rumayor.

Doscientos metros más al este, el río fantasma sigue su trayectoria hacia el Saja y nuevamente resurge en el manantial y la cueva de “Rumayor”.

El nivel freático del valle varía de forma notoria a lo largo de las estaciones, pero en toda época se intuye un intenso fluir de corrientes subterráneas.

¿Quizás en periodos prehistóricos el río fantasma no fuera tal?

¿Quizás los moradores de Altamira no tuvieran de bajar hasta el río Saja, porque tendrían  otro río más cercano?